Jueves 25 de febrero de 2016. II semana de Cuaresma. Tercer día de Quinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

– «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle la llagas.

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:

«Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.»

Pero Abrahán le contestó:

«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.

Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.»

El rico insistió:

«Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.

Abrahán le dice:

«Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.»

El rico contestó:

«No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.»

Abrahán le dijo:

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.»» (Lc. 16, 19-31)

 

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La imagen del rico que banquetea y se divierte, a despecho del pobre que agoniza en su puerta, no es sólo un relato logrado de un caso concreto y frecuente, sino también un retrato de la humanidad de ayer y hoy. Si imaginamos el mundo como una mesa que el Creador ha preparado para todos, vemos que unos disponen de una ingente cantidad de bienes, mientras una gran multitud espera fuera a que caigan las migajas. El juicio de Dios cambia los puestos; la Iglesia debe luchar para que en la historia les sea reconocida la misma dignidad a todos los hijos de Dios

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