Martes 10 de enero de 2017. I semana del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Marcos.

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

–¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios.

Jesús lo increpó:

–Cállate y sal de él.

El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.

Todos se preguntaron estupefactos:

–¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.

Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.» (Mc. 1, 21-28)

 

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El Hijo de Dios, que no vino a la tierra a ser servido, sino a servir, jamás exhibió complejo alguno a la hora de enseñar con autoridad. No enseñaba como los escribas, sino con autoridad.

Me acordaba de ello el pasado día 6, mientras escuchaba al Rey de España decir que “mandar es servir”. Pero en sus labios, esas palabras sonaban a disculpa, muy a tono con la sensibilidad de nuestro tiempo. La autoridad tiene mala prensa. Y, si se ejerce, es preciso hacerlo pidiendo perdón por el pecado de mandar. Recordarle a la “víctima” de tu autoridad que “mandar es servir” es una forma de disculparte: “déjame que te mande; mira que lo hago para servirte”.

Los padres ya no mandan sobre los hijos. Los profesores sufren el acoso de los alumnos sin ejercer autoridad alguna sobre ellos. Decididamente, la autoridad está mal vista en nuestros días. Como contrapunto, la obediencia tampoco se estila.

Tanto peor para nosotros. Porque no nos salvaremos sin obedecer. Pero tampoco sin ejercer la autoridad que el Señor nos ha otorgado a cada uno.

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