Martes 13 de septiembre de 2016. S. Juan Crisóstomo, obispo y doctor. Memoria obligatoria

Lectura del santo Evangelio según San Lucas.

 

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda – y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:

–No llores.

Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

–¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!

El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:

–Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.

La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. (Lc. 7, 11-17)

 

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Sólo Lucas recoge este episodio sucedido en un pueblecito de Galilea. Por el camino polvoriento avanza un cortejo fúnebre especialmente triste: el de una viuda que lleva a enterrar a su hijo. Es una tragedia que se repite y que resulta caso inconsolable. Jesús se detiene ante el grupo, y cumple en presencia de todos, un acto que lo acredita como Hijo de Dios. La multitud lo aclama y reconoce que en el camino de Naín se ha hecho presente el mismo Dios. La presencia de Cristo puede generar esperanza en medio del abismo más terrible.

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