Martes 20 de diciembre de 2016. IV semana de Adviento

Lectura del santo Evangelio según San Lucas

 

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:

–«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo:

–«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Y María dijo al ángel:

–«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó:

–«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»

María contestó:

–«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y la dejó el ángel. (Lc. 1, 26-38)

 

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Lucas construye el relato de la anunciación a María como un mosaico de piezas tomas de la Sagrada Escritura. Sólo evocamos tres de ellas: el nacimiento de Jesús es un don divino, Él es el Hijo del Altísimo, fruto del Espíritu Santo. En segundo lugar, María es como el arca de la alianza, sede de la presencia del Dios de Israel, sobre ella reposa la sombra de la protección divina. Finalmente, María se declara la sierva del Señor. Los grandes protagonistas de la historia de la salvación son llamados siervos del Señor. María acoge en la fe la gran misión de ser Madre de Dios

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