Lectura del santo evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús:
–«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
–« ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.» (Lc. 10, 21-24)
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Muchos vieron a Jesús y le oyeron, pero no le creyeron. Jesús repetía: “El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que escuche”. Pero muchos ni vieron ni escucharon. Y la mayoría fueron los sabios y los entendidos. En cambio, mucha gente sencilla vio, entendió, creyó. ¡Dichosos nuestros ojos, nuestros oídos, porque tenemos la suerte de ver y escuchar a Jesús!
¿Seremos lo suficientemente abiertos, lo suficientemente sencillos, para no estar ciegos ni sordos, para dejarnos deslumbrar y fascinar por lo que ven nuestros ojos y escuchan nuestros oídos, para creer, para creerle a Jesús?
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