Lectura del santo Evangelio según San Lucas.
En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús:
–¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!
Jesús le contestó:
–Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó un criado a avisar a los convidados:
–Venid, que ya está preparado.
Pero ellos se excusaron uno tras otro.
El primero le dijo:
–He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor.
Otro dijo:
–He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor.
Otro dijo:
–Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir.
El criado volvió a contárselo al amo.
Entonces el dueño de casa, indignado, le dijo al criado:
–Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos.
El criado dijo:
–Señor, se ha hecho lo que mandaste y todavía queda sitio.
Entonces el amo dijo:
–Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se me llene la casa.
Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete. (Lc. 14, 15-24)
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Las enseñanzas de Jesús durante las comidas nos hablan de humildad, invitados, vigilancia, hospitalidad, y no de rituales exteriores. Hoy Jesús proclama dichoso a quien participa en el banquete del Reino y se sienta con todos, con los últimos, en esa mesa, sin discriminar a nadie. Pero también constata cómo hay personas, demasiado pegadas de sí mismas, que rehúsan esa invitación colectiva. Sin sentirse hermano de todos, ¿cómo se va a participar del Reino del único Abba?
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