Lectura del santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda – y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
–«No llores. »
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
–«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! »
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
–Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. (Lc. 7, 11-17)
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Ante una muchedumbre solidaria con una pobre viuda que llora la muerte de su único hijo, Jesús se detiene compasivo, se acerca y le dice “no llores”. El amor de Cristo enjuga las lágrimas de los que lloran; Él lo dice en las bienaventuranzas y lo cumple consolando a quien sufre una pérdida tan fatal. Al final, Jesús devuelve el hijo muerto ya con vida a la madre. A lo mejor Jesús pensaba en ese momento en su propia Madre. “Mujer, he aquí a tu hijo: Hijo, he aquí a tu Madre”.
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