Martes 10 de marzo de 2013. III semana de Cuaresma

Lectura del santo evangelio según san Mateo

 

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:

– «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»

Jesús le contesta:

– «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.

El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:

«Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.”

El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:

«Págame lo que me debes.»

El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:

«Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré»

Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:

«¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?»

Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.» (Mt. 18, 21-35)

 

 

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No sabré perdonar si no he sentido necesidad de perdón. No sabré perdonar si no he hambreado el perdón. No sabré perdonar si no he experimentado la dicha del perdón. Pero aun habiéndolo necesitado, hambreado y recibido, puedo no saber perdonar, pues el perdón necesita la misericordia, hambrea la gratitud, y la dicha que lo acompaña es la de darse a quien lo pide. El perdón del que habla Jesús nace de la misericordia, y se otorga siempre por nada: es práctica divina antes de ser mandato para los hijos de Dios. Habitará en la casa del Señor quien imite su misericordia que perdona.

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