La actual imagen de Nuestra Señora de la Paz llega a la Iglesia Parroquial de Santa Cruz entre finales de 1.874 y algún mes de 1.876, año en el que Virgilio Mattoni dibuja un boceto para construirle un retablo en el que se aprecia claramente la figura de esta talla. Fue traída desde la Iglesia Parroquial de la Magdalena, donde se encontraba sin recibir culto bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. El motivo de su llegada fue para sustituir a la primitiva imagen de la Virgen de la Paz que dio origen a la fundación de una Hermandad de la cual ya dimos cuenta en el apartado de historia, la cual quedó afectada junto con su retablo por un incendio acaecido hacia 1.874.
Llegada a Santa Cruz la nueva Imagen, fue colocada en el altar de la Hermandad cuando aún estaría en proceso de restauración. Actualmente, podemos contemplarla y admirarla ubicada en el interior del templete situado en la capilla mayor del templo. Se trata sin duda de una de las joyas artísticas conservadas en esta Iglesia, realizada en el siglo XVI y atribuyéndose su autoría a Jerónimo Hernández de Estrada. Es una imagen de María sedente y exenta, que posee la particularidad de presentar a su Hijo en el lado derecho, cuando la iconografía tradicional suele situarlo en el izquierdo. La figura del Niño Jesús también resulta bastante original, pues no reposa en el regazo materno, si no de pie sobre la pierna derecha de la Señora, adoptando una desenfada postura plena de movimiento, a la vez que despliega entre sus manos un rosario, mientras que en su mirada a la madre, se adivina un diálogo amoroso. La Virgen en cambio mira al centro entornando ligera y dulcemente sus ojos hacia abajo en busca del devoto, mientras que sus labios esbozan una leve sonrisa. Madre e Hijo, componen un grupo escultórico sin posibilidad de separación, midiendo la imagen de la Señora un metro y treinta y seis centímetros. El conjunto se corresponde con el tránsito estilístico del manierismo al barroco, utilizado en nuestra ciudad en el último cuarto del XVI. Debido a sus rasgos y composición del grupo, forma una triología con la Virgen del Rosario que preside el retablo del Convento de Madre de Dios, y con la Virgen con el Niño venerados en la Capilla del Museo. Inspirada en la primera e inspiradora de la segunda, la Virgen de la Paz, debió estar sentada primitivamente en una jamerga, que sería sustituida posteriormente por el rico sillón en el que hoy puede verse.
Esta Imagen fue realizada para ser venerada con la advocación del Rosario en la Iglesia del desaparecido Convento Dominico de San Pablo, y si bien no se puede asegurar rotundamente el año de su ejecución, se puede afirmar al menos que ya estaba gubiada en 1.579, año en que Pablo de Melgosa encarga un tabernáculo o retablo para una capilla del citado templo, en el que habría de venerarse una imagen de la Virgen del Rosario, la cual es indudablemente la efigie de la que estamos tratando.
La hechura del retablo mencionado fue encargada a Juan Bautista Vázquez “el Viejo”, Miguel Adán, y Antonio Afán, lo que hizo pensar durante mucho tiempo que el autor indiscutible de la Imagen era el citado Juan Bautista Vázquez, no solo por la participación de éste en la realización del retablo, si no además por relacionarse con su propio estilo. Sin embargo, la autoría segura por parte de Jerónimo Hernández de las imágenes de María ya indicadas existentes en el Convento de Madre de Dios y en la Capilla del Museo, y la coincidencia permanente de rasgos entre estas dos efigies con los de la actual Virgen de la Paz, así como el estudio detenido de esta última obra por parte de expertos, hacen que hoy no se dude de que fue Hernández el autor de tan extraordinaria escultura. Por otro lado, la relación estilística de la Virgen de la Paz con el estilo de Juan Bautista Vázquez se comprende, ya que no en balde Jerónimo Hernández fue discípulo de aquel durante no pocos años, lo que naturalmente propiciaría coincidencias de estilos en ciertos aspectos entre la obra de ambos.
La actual imagen de la Virgen de la Paz, como la mayoría de las obras de tanta antigüedad, fue sometida a varias restauraciones a lo largo de su existencia. La primera que nos consta es la producida en el siglo XVIII, restauración sin duda importante, en la que se reparó la totalidad del estofado de la vestimenta, aplicándose tela encolada en algunas partes del ropaje; en esta misma restauración se le colocaron ojos de cristal, y se dotó a la efigie de una nueva encarnadura; posiblemente en esta restauración sería cuando se colocó a la Imagen una nueva mano izquierda fundida en plomo, sustitución que se debió al peso del cetro que soportaba dicha mano, que como puede verse, al ir ostensiblemente separada del bloque de la Imagen, padecía una continua inseguridad. La última restauración efectuada a esta escultura la llevó a cabo el profesor Don Ricardo Comas Fagundo en 1.989, consistiendo la misma en eliminación de los posibles xilófagos que pudieran estar perjudicando la integridad de la talla. También se intervino en el ojo derecho, pues estaba hundido y parcialmente roto, lo que a la vez obligó a la intervención asimismo del ojo derecho, con el fin de igualarlos. Del mismo modo se intervino en las cogidas de las coronas tanto de la Virgen como del Niño, y se crearon dos nuevos dedos para la mano izquierda de este último; también a esta Imagen fue preciso consolidarle las dos manos , así como su pie izquierdo. Igualmente se reforzó la mano izquierda de la Virgen, y se restituyeron las partes rotas del vestido, finalmente se eliminaron las grietas que afectaban a la figura del Niño, y se procedió al limpiado de las encarnaduras de ambas imágenes, así como al restaurado de su policromía. Gracias a esta magistral intervención restauradora, hoy podemos contemplar el conjunto de la Virgen de la Paz y el Niño en todo su esplendor.
Como ya hemos manifestado, la actual imagen de Nuestra Señora de la Paz, ni siempre se advocó así, ni estuvo siempre en la Iglesia de Santa Cruz, así pues, una vez tratado todo lo relacionado con la Imagen desde el punto de vista técnico y escultórico, abordamos seguidamente aquello que concierna a su historia.
Fue a raíz e la famosa batalla de Lepanto, acaecida en 1.571, cuando la advocación del Rosario comenzó a alcanzar una difusión inusitada. Ello se debió a la aseveración por parte del pontífice Pío V, de que la Virgen del Rosario había protegido a las tropas cristianas en la contienda contra los turcos, instituyendo la festividad de la Virgen con tal título el 7 de Octubre de cada año, día en que concluyó tan importante gesta. La decisión papal, unida a la popularidad que había alcanzado el rezo del Santo Rosario, propició que aumentara la imposición de esta advocación a imágenes de la Señora que ya existían gubiadas o pintadas, y que hasta entonces habían sido veneradas con diferente nombre, o que simplemente no se les advocaba con ningún título en concreto. Del mismo modo, los artistas comienzan a recibir encargos de cuadros y tallas de María, con el premeditado propósito de ser puestas bajo la advocación del Rosario.
Al último grupo referido pertenece la imagen que nos ocupa, cuyo primitivo título fue el de Nuestra señora del Rosario, pues su gubiado se produce pocos años después de la institución de la festividad de la Virgen del Rosario decretada como dijimos por Pío V. A pesar de la repercusión que entre los fieles tuvo la devoción a la Virgen de tal nombre, y de que la orden dominica fuese la gran valedora e impulsora de esa advocación, cuando se realiza esta talla, no es colocada como cabría esperar en el retablo mayor de la iglesia conventual de San Pablo, si no en una capilla. Desconociéndose quien encargara la realización de la efigie, creemos que la idea no partió de los dominicos; si consta en cambio según ya indicamos quien se ocupa de que la Virgen tuviera un retablo digno, contratando su ejecución con insignes artistas como Vázquez, Adán y Afán entre 1.579 y 1.583. Hablamos de Pablo de Melgosa, al que no encontramos relacionado con la Orden de Predicadores, y al que además de considerarlo obviamente devoto de la Virgen del Rosario, lo suponemos miembro de alguna Hermandad o Congregación a la que tal vez representara cuando contrató la hechura del retablo.
Al hundirse la techumbre del primitivo templo conventual de San Pablo, se construye un nuevo Cenobio e Iglesia en el mismo sitio, comenzando las obras a finales del XVII, y finalizándose en 1.724, ignorándose en que lugar del nuevo templo sería colocada la Virgen del Rosario. Transcurrido algo más de un siglo desde el año últimamente citado, se produce la conocida desamortización de Mendizábal, que obliga a abandonar sus instalaciones a los dominicos, y concediéndosele su iglesia a la Parroquia de la Magdalena para que establezca en ella su Sede. Es en esa época cuando se producen movimientos de imágenes en los retablos, que afecta incluso a la que presidía la hornacina central del retablo mayor, ocupada hasta entonces por una imagen de San Pablo, y que acabaría siendo sustituida por otra de Santa María Magdalena.
En el referido trasiego de imágenes de un retablo a otro, poca suerte tuvo la de la Virgen del Rosario, pues en su propia capilla se instaló la Hermandad Sacramental de la Parroquia, que colocó en su lugar principal a otra imagen de la Virgen, también advocada del Rosario, de la que sabemos que era imagen de vestir, por lo que en ningún momento puede ser confundida con la venerada anteriormente en el mismo templo en su época conventual, y que recordamos es la que actualmente se venera en Santa Cruz como Virgen de la Paz. , la cual quedó colocada en un lugar secundario de la Iglesia que a partir d entonces pasó a llamarse de la Magdalena. Finalmente, diremos que en la actual Iglesia Parroquial de la Magdalena, y sobre el interior de la puerta principal, se puede admirar un extraordinario fresco representando la batalla de Lepanto, y en actitud de proteger a la armada cristiana, se observa a la imagen de la Virgen del Rosario, que no es sino una reproducción de la hoy llamada de la Paz. Este es el único e importante recuerdo que en dicho templo queda de la escultura cuya historia hemos relatado, y que hoy preside con su soberana belleza la iglesia de Santa Cruz.
Texto: Fernando Yruela Rojas.
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