Martes 3 de junio de 2014. San Carlos Luanga y Compañeros, mártires.

Lectura del santo Evangelio según San Juan

 

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:

– «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese.

He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo.

Tuyos eran, y tú me los diste, y  ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos.

Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.» (Jn. 17, 1-11a)

 

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Conocer a Dios y seguir fielmente a Cristo. Así de claro y de exigente. Se trata, en definitiva, de tomar a Dios en serio. Como Dueño y Señor. Y que todo ello resplandezca en la vía del creyente: mi gloria, dice Dios, se hará visible en tu comportamiento. Gran responsabilidad y enorme gozo al mismo tiempo. La responsabilidad viene unida a la urgencia de la fidelidad. La alegría de poder ser testigo del Señor resucitado.

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