Martes 5 de febrero de 2013. Santa Águeda, virgen y mártir.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos

 

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

–“Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”.

Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor.

Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría.

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.

Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:

–“¿Quién me ha tocado el manto?”

Los discípulos le contestaron:

–“Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha tocado?»”

El seguía mirando alrededor, para ver quién había sido.

La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.

El le dijo:

–“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

–“Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?”

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

–“No temas; basta que tengas fe”.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.

Entró y les dijo:

–“¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida”.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

–“Talitha qumi” (que significa: contigo hablo, niña, levántate).

La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–.

Y se quedaron viendo visiones.

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

(Mc. 5, 21-43)

 

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Qué difícil es maravillarse cuando vemos algo nuevo y sorprendente. La gente vio los milagros de Jesús, la hemorroísa sintió en su cuerpo la curación inmediata; la hija del jefe de la sinagoga fue levantada del lecho de muerte por la fuerza de la palabra de Jesús, que la despierta del sueño irreparable para devolverla a ritmo natural de la realidad. Todo a la vista de mucha gente. Pedro, Santiago y Juan son testigos de esto. Ellos también necesitaban milagros.

 

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