Parroquia

La Orden Regular de Clérigos Menores se estableció en Sevilla en 1.624, y acabaron teniendo casa con el pasar del […]

La Orden Regular de Clérigos Menores se estableció en Sevilla en 1.624, y acabaron teniendo casa con el pasar del tiempo en la calle Aires, cercana a la Iglesia cuya historia nos ocupa. Pocos años después de la mitad del siglo XVII deciden levantar el actual templo de Santa Cruz según un proyecto de Sebastián de la Puerta, de forma que en 1.655 ya se había iniciado las primeras obras sobre el terreno que anteriormente había ocupado un corral de comedias llamado de Don Juan. La primera fase de la construcción, que llegaba solo hasta el arco toral, es decir que dejaba sin construir el crucero de la iglesia, se concluyó entre 1.672 y 1.674. La segunda y definitiva fase se ejecutó según proyecto de José Tirado, de forma que ya estaba concluida en 1.728, en cuyo 2 de febrero se produjo la bendición del templo conventual poniéndolo bajo la advocación del Espíritu Santo. De su iglesia y cenobio disfrutaron los Clérigos Menores hasta el año 1.810 en el que fueron expropiados de sus bienes por las autoridades francesas que gobernaban la ciudad. En el que hasta ese momento había sido su templo se estableció la Parroquia de Santa Cruz, cuyo edificio existente en la actual plaza de Santa Cruz había sido condenado al derribo. Expulsados los franceses, les son devueltos a los Menores tanto la Iglesia como su convento, pasando la actividad parroquial al oratorio del Hospital de los Venerables Sacerdotes. Al final de la década de los treinta del siglo XIX, y en virtud de la llamada desamortización de Mendizábal, los Menores son para siempre expropiados, estableciéndose en su iglesia la Parroquia de Santa Cruz de manera definitiva el 29 de Junio de 1.840.

Hecha esta breve reseña a título de introducción para explicar como llega a ser Iglesia Parroquial de Santa Cruz este templo de origen conventual, intentaremos describir lo más resumidamente posible la fábrica de esta iglesia y parte de lo que contiene su interior.

El edificio tiene forma de cruz latina y tres naves, siendo la central más elevada que las laterales, discurriendo sobre éstas sendas galerías con barandales orientados hacia la central y el crucero. Este resulta verdaderamente airoso, no solo por la altura de los brazos que lo componen sino también por la gran superficie que se corresponde con la cúpula rematada en forma de media naranja, y que descansa toda ella sobre pechinas que se apoyan a la vez en cuatro gruesos pilares. Llama la atención la profundidad de la capilla mayor, cosa que antiguamente no ocurría, ya que un gran retablo que llegaba hasta el techo partía en dos el espacio que hoy contemplamos. Este retablo fue dañado por un incendio y sustituido por el actual templete – obra de Blas Molner -, en 1.792. Al fondo de la cabecera del templo se conserva el llamado sotocoro con su sillería al completo, y sobre él el llamado coro alto, donde está instalado el órgano – uno de los mejores de la ciudad -, obra de Antonio Martín Calvete, quien lo realizó posiblemente a principios del XIX. De destacar asimismo el hermoso cancel, procedente del desaparecido convento de San Felipe, que estuvo en los aledaños de la iglesia de Santa Catalina. Tras este breve resumen de lo que fue y ahora es el interior del templo, hablemos de la fachada que hasta el segundo cuarto del siglo XX fue una fachada humilde, posiblemente realizada en ladrillo visto y rematada por una espadaña igualmente bastante empobrecida. Todo ello empieza a cambiar cuando en 1.926 el arquitecto Juan Talavera Heredia presenta un proyecto que salvo ligeras modificaciones acabó dejando la fachada en la forma que hoy podemos contemplarla.

Tratando de los retablos y algunas imágenes que se pueden admirar en este templo, empecemos por la efigie de Ntra. Sra. de la Paz, venerada en el templete de la capilla mayor, obra de gran belleza e indudable mérito artístico atribuida a Jerónimo Hernández. Procede del extinguido convento de San Pablo (actual parroquia de la Magdalena), donde se veneró con la advocación del Rosario, y llegó a Santa Cruz alrededor de 1.979 para sustituir a otra imagen de la Virgen de la Paz que había resultado afectada por un incendio. En el pilar del lado del evangelio más cercano al presbiterio existe un modesto retablo en el que se venera una imagen de la Virgen de Lourdes traída de Francia en 1.879, lo que convierte a la Parroquia de Santa Cruz en una de las feligresías de la ciudad que más pronto rindió culto a la Virgen de tal advocación. En el otro pilar del lado de la epístola y en retablo semejante al anterior, existe una excelente imagen de San José con el Niño de tamaño natural catalogable dentro del círculo del taller de Roldán.

Pasando al testero del crucero se encuentra el Crucificado de las Misericordias, del que omitimos hablar por haberse hecho ya en otro lugar de esta página. El retablo en que se encuentra es de gran mérito artístico, acabado en estilo barroco, dorado, y procedente del convento de Ntra. Sra. de la Asunción, que estaba en la plaza del Museo esquina a San Vicente, y que fue expropiado durante la revolución de 1.868. Su ejecución se puede fijar en la segunda mitad del XVII, sabiéndose que su llegada a Santa Cruz fue poco después del año citado. Al lado de este retablo existe otro de reciente construcción, que alberga la imagen de Santa María de la Antigua, de la cual ya se ha dado noticia en esta misma página. En el testero de la epístola vemos un retablo que estimamos construido en el siglo XVII en estilo barroco, aunque restaurado y repintado al gusto neoclásico tras sufrir un incendio en el último cuarto del siglo XIX. En una hornacina a la altura de la mesa de altar se conserva un excelente grupo escultórico en madera policromada representando la transverberación de Santa Teresa, atribuible a la Roldana. Dos lienzos representando a San Pedro y San Pablo flanquean la hornacina central en la que se venera la imagen de Ntra. Sra. de los Dolores realizada por Antonio Eslava Rubio y tratada en el apartado de imágenes titulares de la Hermandad en el lugar correspondiente de esta página. En las calles laterales vemos las imágenes de Santo Tomás de Aquino y de Santa Filomena realizadas en madera estofada posiblemente en el tercer cuarto del siglo XVIII, completándose la iconografía de este retablo con una talla de San Felipe Neri fechable en el XVII situada en el ático del retablo; todas estas obras son de autor desconocido.

Adentrándonos en la nave del evangelio desde el crucero nos encontramos cuatro capillas, viéndose en la primera de ellas un extraordinario retablo de estilo barroco. contratado en 1.670 y acabado en 1.672. Su autor principal fue Bernardo Simón de Pineda, participando Valdés Leal en la pintura, y Pedro Roldán en la labor de talla. A este autor se debe el formidable grupo escultórico que recoge a Santa Ana enseñando a leer a la Virgen Niña. En la segunda capilla vemos un retablo de escaso mérito en el que se venera a San Francisco Caracciolo – cofundador de los Menores -, obra que creemos realizadas por los herederos artísticos de Duque Cornejo en el tercer cuarto del siglo XVIII. A ambos lados del retablo se ven imágenes en madera policromada de San Antonio de Padua y San Francisco de Asís de hechura bastante aceptable; su ejecución puede fijarse en el siglo XVII. En la tercera capilla se venera a Santa Bárbara mediante una escultura de tamaño natural realizada en madera estofada y policromada no carente de mérito artístico. No la identificamos con el estilo artístico de ningún autor en concreto, pero la estimamos realizada en el último cuarto del siglo XVII. El retablo lo identificamos como uno de los dos realizados por el gremio de plateros para esta iglesia. De estar en lo cierto se realizaría en la segunda década del XIX, posiblemente por Miguel Albis, quien utilizó el estilo neoclásico. Finalmente la cuarta capilla recoge otro interesante retablo compañero del que hemos descrito dedicado a Santa Ana, y que anteriormente ocupó otro espacio del templo. Es de menor mérito que aquel, pero dada su similitud lo atribuimos a Simón de Pineda con la participación de Pedro Roldán. En su única hornacina se venera una Inmaculada tamaño de estudio de muy buena ejecución con reminiscencia montañesina, aunque calculamos que fue realizada en el XVII. A Ambos lados del retablo se contemplan dos excelentes imágenes de los arcángeles Miguel y Gabriel que relacionamos con el taller de Roldán, y que nos recuerdan a los ángeles pasionistas de los pasos de Jesús ante Anás y de la Sagrada Mortaja.

En la nave de la epístola nos encontramos otras cuatro capillas, estando la primera dedicada a San Antonio de Padua, representado por una imagen donada a los Menores en 1.730. Sin ser una obra excepcional, si es de hechura digna dentro de los rasgos de un barroco tardío, fechable hacia el segundo cuarto del siglo XVIII. De escaso mérito es el retablo, constituido en buena parte por piezas procedentes de otros retablos del templo cuando estos fueron modificados. La siguiente capilla contiene un bello retablo realizado en estilo rococó realizado a mediados del XVIII. A lo largo del mismo y a la altura de la mesa de altar, se observa un bello lienzo reproduciendo un Cristo Yacente que creemos pintado en el XVII, y llegado al sitio que se encuentra hacia los años cincuenta del siglo XVIII. En su única hornacina se contempla la imagen de la Virgen del Mayor Dolor, coincidente con la iconografía de las dolorosas arrodilladas y acusado llanto. Habiendo pertenecido a una confraternidad de fieles, es una obra toda de talla policromada cuya existencia en 1.752 puede darse por seguro. En la siguiente capilla se venera a San Eligio (San Eloy) una buena obra en estilo barroco de madera policromada; es de autor desconocido y fechable a nuestro juicio en el primer cuarto del XVII. Perteneció al gremio de los plateros y procede de la capilla que esta asociación tuvo en el convento de San Francisco. El retablo, en estilo neoclásico es obra de Miguel Albis. Finalmente llegamos a la última capilla de esta nave, que recoge un retablo de escaso mérito en lo artístico, y ocupado prácticamente por un bello lienzo recogiendo a la Virgen en el trance de su Soledad, siendo de lamentar que la suciedad que ha acumulado con el paso del tiempo impide ver con perfección los detalles de que está dotada la obra. Se desconoce su autor, y la consideramos realizada entre finales del XVII o primer cuarto del siglo XVIII.

Texto: Fernando Yruela Rojas.

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