Martes 10 de mayo de 2016. San Juan de Ávila, presbítero, memoria obligatoria

Lectura del santo evangelio según san Juan

 

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:

– «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el  poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste.

Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado,  Jesucristo.

Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo.

Tuyos eran, y tú me los diste, y  ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos.

Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.». (Jn. 17, 1-11a)

 

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Inicia la oración sacerdotal, la gran plegaria de Cristo en el Cenáculo, al concluir la Última Cena. Es un texto denso, y cada frase debe meditarse y profundizarse. Destacamos tres elementos: la glorificación del Hijo, clara alusión a la resurrección de Jesús; la definición de vida eterna como conocimiento del único Dios verdadero y de su enviado Jesucristo, un conocer que, en la tradición bíblica, supone amor de comunión, adhesión profunda y total; y, finalmente, las palabras de la oración, que muestran el vínculo íntimo que une a Jesús con sus discípulos.

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