Lectura del santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras es decir, sin lavarse las manos.
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
–“¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”
El les contestó:
–“Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos».
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.
Y añadió:
–“Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: «Honra a tu padre y a tu madre» y «el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte».
En cambio vosotros decís:
–Si uno le dice a su padre o a su madre: «Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre; invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas”. (Mc. 7, 1-13)
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Es cuestión de fe o la fe en cuestión. Pero alabar al Señor con los labios y tener el corazón lejos de Él es como salir a broncearse al sol bajo una sombrilla impenetrable, es no exponer nada al influjo del Señor y vivir una dualidad penosa entre lo que dice el corazón y habla la boca. La oración, por pequeña que sea, compromete la vida y en ella desemboca. Por eso, vivir la ley es la respuesta más coherente con una vida teologalmente sincera.
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