Martes 13 de septiembre de 2011. San Juan Crisóstomo, obispo y doctor.

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda – y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:

–«No llores. »

Se acercó  al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

–«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! »

El muerto se incorporó  y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:

–Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.

La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. (Lc. 7, 11-17)

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Jesús se tropieza por casualidad con un entierro. Nadie cuenta con Él, ni siquiera hay una súplica de la madre. Nadie le ha pedido nada al profeta itinerante. Aunque esto no es del todo verdad; aunque nadie se lo pida, el corazón sí se lo pide. El corazón de Jesús no puede soportar el dolor de una madre viuda, que ha perdido todo lo que tiene: su único hijo. Y Jesús pierde los papeles: toca el féretro (y queda impuro según la ley), y cura. Tenía mucha razón la gente cuando decía “Dios ha visitado a su pueblo”. Porque así es Dios, alguien con un gran corazón.

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