Lectura del santo Evangelio según San Juan
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
– «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste.
Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste.
Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese.
He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra.
Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»». (Jn. 17, 1-11a)
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Formidable intrusión del evangelista en el alma de Jesús, formidable reconstrucción de los sentimientos de Jesús en el momento de decir adiós. Jesús sabe dónde va. En cuento salga del cenáculo irá al huerto de Getsemaní, a encontrarse con sus enemigos. Ya es la hora de darlo todo definitivamente, la hora de ser fiel hasta el final a la misión que el Padre le ha encomendado. Pero Jesús va más lejos, y lo sabe. Más allá está el Padre. Y en esa hora dramática, el corazón de Jesús es capaz de pensar más en los suyos que en sí mismo.
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